-Y sin querer, queriendo, una y otra vez
amanecía revuelta entre sus sábanas...
Cubierta de esa fragancia tan... él,
tan sabor a miel.
Dibujaba sonrisas en sus cachetes
sonrojados,
pero nada cubría aquel sentimiento de
hiel...
Aunque inagotablemente siempre
acabábamos consumados.
Vertimos toda nuestra vida, nuestra
juventud
saciando así el hambre de esta
enfermedad llamada amor.
Cubrimos a destajo las ansias de
plenitud
Pero nada detuvo este barco a babor...
Éramos ingenuos, y de eso el tiempo se
aprovechó.
Mi alma se consumía cada noche en su
colchón,
impidiendo así la rutina del
placentero revolcón.
Moría en cada uno de sus lunares, y
eso... nunca nadie lo dudó.
"Una cama para dos debe
ser ancha, para que quepa
el odio en medio"
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