sábado, 14 de enero de 2012

Me desperté esa mañana entre sollozos con un ruido de fondo, mi madre, la que nunca sacia sus ansias locas y necesitadas de trabajo. Como cada mañana, alargué mi brazo hasta coger ese aparatito de última generación que ya todos necesitamos, el móvil. Las noticias que me traían no eran malas del todo, aunque podían ser mucho mejores… Aún así pensé en aquella frase que una vez me dijo un profesor… “El miedo nos hace sentirnos vivos”. Pero ese miedo no estaba solo, junto a el estaba la impotencia… Volví a colocar ese trasto en su lugar y di media vuelta para conciliar la paz interior junto a mi almohada. Tras varias interrupciones en mi caverna alcé la cabeza dando a entender que sacase su bonito cuerpo de mi habitáculo, el cual parecía una selva. Tras demasiados intentos con resultados todos ellos negativos levante mi cuerpo de ese cómodo rectángulo, testigo de todos mis sueños. Mi cuerpo se mantenía erguido, mientras mi alma aún naufragaba enredada entre las sabanas de aquel comodísimo colchón. Por dentro algo no me dejaba vivir; mis pocas ganas de estudiar una asignatura cual más tiempo pasaba con ella mas odiaba, y aún odio. Pero era por ello que el esfuerzo debía ser mayor entonces. Me dirigí hacia la cocina que brillaba haya donde posases la mirada, reflejo de una madre insaciable de lucha. Abrí la nevera repetidas veces, típico, pensando que bocado llevarme a la boca para un desayuno de sábado. Fue simple y calmó mi hambre y ansiedad para ponerme a hincar codos en ese escritorio cómplice de mis muchos momentos estudiantiles. Mientras desayunaba varias llamadas interrumpían el ambiente de silencio creado en mi cabeza, llamadas que incitaban a la locura plena, condenadas en una vida de desatinos. Al terminar de engullir hasta el último trocito de comida pude observar que me había dejado una de las muchas redes sociales abiertas, y para mi asombro alguien estaba pensando en mí. Tras escasos minutos de conversación, los cuales alegraron un poco la dichosa mañana que me acompañaba ese día, tuve que despedirme. Pues debía aferrarme una vez más a esos encantadores apuntes que siempre me traicionaban. No obstante, los agarré con fuerzas y comencé a curtir un poco más mi sabiduría.


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